Las mielcitas me costaron diez centavos cada una, y las cuatro vueltas en calesita solo dos pesos. Nos dieron cuatro tarjetas blancas de plástico que decían “Calesita Mary”.
Y nos ganamos una vuelta más gracias a la astucia del menor. Un señor tuerto nos vendió una ranita saltarina made in taiwán a solo dos con cincuenta. Los deslizamientos en tobogán eran gratis y el espectáculo de piruetas, a cargo del elenco murguero, también.
Pero a mi no me gustan las batucadas, y menos que menos esos atuendos llenos de parches, prefiero la música clásica, y las mallas de baile…
Creo que empecé a soñar con ser bailarina cuando mi hermana me presto por primera vez su cajita de música china, en la que una bailarina de tres centímetros de alto da vueltas en punta de pie arrastrada por un imán.
Suena con una melodía de Beethoven. Y es rosa, linda y la danzarina hasta tiene tutu.
Hoy en la calesita me sentí un poco como la bailarina. Nos subimos con Toto y mientras él se peleaba con los nenes de su helicóptero yo me comí como seis mielcitas
El chico que regala prendedores con dibujos de víboras que se comen elefantes, me preguntó el otro día que olores o sabores me llevan de regreso a la infancia, me olvide de decirle que el sabor de las mielcitas es uno.
Y pensé que cuando lo vuelva a ver le voy a contar esto y le voy a convidar con algunas que me guarde en la mochila.
Uno tiene que limpiar un poco la bolsita, después arrancar la puntita de algún borde con la punta más filosa de la paleta y escupir el restito de plástico. Lo que sigue es casi orgásmico, esa miel tibiecita en la punta de la lengua y cada tanto un poquito de rastrillo con los dientes para traer más de ese néctar noventoso a la lengua.
Y no querer que se termine. Y saber que se va a terminar.
Pero entonces otra chanse, Toto que agarra la sortija, yo que saco otra mielcita…y seguimos con la teletransportación.
Y así otra vuelta, y otra vuelta, y la música de cajita de música que viene de abajo, de adentro, de atrás, nos envuelve, nos marea, los padres que saludan y yo que ya estoy tan mareada, pero igual no quiero que pare. No me bajo ni a ganchos.
Succiono de esa bolsita miniatura, cierro los ojos, me siento la bailarina del tutu roto, y damos vueltas y ya no sé ni en que pienso. Solo lo imagino viajando en colectivo, y lo pienso a él con su vaivén, que capaz se parece al mío.
De a ratos me pega el sol fuerte en la cara, y en la próxima curva desaparece, algunas mujeres gritan nombres y dicen agarrate fuerte.
A veces es tan divertido ser cursi. Dar vueltas por estos lugares comunes, no querer evitarlos. Pagar poco para ser feliz. Encontrar la boca más besable y la voz mas linda, a dos barrios del mío. Tocar la felicidad un rato largo. Querer decir frases de propaganda.
Sentir, y esta vez no es de miedo, que la parte de adentro del cuerpo se me esta desarmando.
(y tampoco es por tristeza)