martes, febrero 21, 2006

A la deriva

Todo es un gran desorden ahora. En mi cuarto, en este cuarto, la gravedad o el verano, esta soledad nueva, la incomodidad propia de quien no quiere mirar un poco para adentro y prefiere hablar de su casa, las chicharras, la invasión de monaquielos, o no se que clase de factores secretos y azarosos, hicieron que centenares de objetos, y de no tan objetos, se den cita a la misma hora y en el mismo lugar.
Sobre mi cama se apretujan decenas de cosas a las que llamarlas por su nombre me tomaría semanas, de los techos llueve esta confusión y del sótano brotan ríos de ropa que no encuentran cauce. Hay va un par de pantalones verdes, una remera a rayas, mi cartera, medias, bombachas, bombachas sucias y limpias, otra remera y tres pulloveres, unos jeans viejos, unas bermudas violetas. Hay va un corpiño a flores que me encanta… pero que me queda pésimo.
En la orilla, junto a la puerta, hay zapatillas y zapatos, un pedazo de pared, una hojota, un pelo, un llavero, una guía T, y un saquito de té, una moneda uruguaya, pinceles. Sobre la mesa de la computadora hay papeles aboyados y papeles estirados, el estuche de mis lentes sin mis lentes, discos, fotos, esmaltes, un alicate, hojas sueltas y hojas atadas, hojas escritas y hojas en blanco, collares, pulseras, un anillo roto.
En las puertas del ropero cuelgan camperas y camperitas, hay cajones en el suelo y crecen mis medias can-can, y mis medias con la cara de King-kon.
Ahí hay cuadernos, lapiceras, libros, perfumes, pegamento, una teta, cremas, pinturas, pinturas al óleo, acrílicas y pinturas para la cara, una bikini, un calidoscopio, mapas, fotos, chinches, velas, un portarretrato sin retrato, una ventana, una muñeca pelirroja que me regalo mi nuevo ex novio, sábanas, un abanico, una mancha de sangre, dos parlantes, la foto de Lila Dawn, un pie, un enchufe, un espejo y en el medio, como en un barco de silla: Yo.

Voy hasta el baño con unas ganas terribles de hacer lo mejor que se puede hacer en un baño. Pero cuando abro la puerta el olor de un veneno para cucarachas que mi mamá tiro justo ahí, me sucumbe, me detiene justo debajo del marco de la puerta, y no sé por qué, ni cual es la relación entre mis ganas de ir al baño y ese olor, pero en esa batalla instantánea y silenciosa mis Ganas y ese Olor se aborrecen, se rechazan con una fuerza que me empuja la garganta y me da náuseas.
Resulta que ese Olor puede más. Y entonces el baño me escupe por su bocota grande y amarilla, con dientes de toallas y caries de jabón.
Me escupe y yo me dejo escupir. Cierro la puerta como puedo y acá estoy de nuevo.
En medio de este desorden que no me deja acomodar.
Queriendo escribir lo que no sé si alguna vez podré escribir.

Queriéndote decir que estoy naufragando. Pero que creo que voy bien.

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