- Ana, qué hermosa que sos.
- Sí, y también soy picarona.
Como los chicos, yo todavía me defino a través de la mirada de los otros. Sin los otros no tengo identidad. Eso me obliga a gustar, así el espejo me devuelve lo que quiero ser. Algunos -los más inteligentes, los que saben escribir- se comen el versito, otros no me interesan que se coman nada. De todas maneras, no me siento forzada a mostrar algo que no soy. Juego a que soy la personaja de una novela de miles de páginas, mi vida; yo, la vueltita. El otro, el que escribe. Si le doy un beso inesperado en la palma de la mano, sé que de ese toque primaveral va a surgir un gran relato.
La mirada de los otros, eso está mal, mal, mal, más allá de lo que diga Sartre y Levinás. Es un síntoma de inmadurez, inseguridad y falta de autoestima.
Pero también, de ficción y poesía.
lunes, septiembre 19, 2005
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