martes, agosto 09, 2005

Sàlvame Marìa

Cuando tomo tè con leche, me acuerdo de mi abuela. Hay olores que me llevan a su casa, tambièn sensaciones.
Viste cuando te tiras a la pileta y se te mete el agua por la nariz...bueno, esa es pasaje directo a la infancia. Yo me tiraba palito, o bomba, pero nunca de cabeza. Nunca me saliò.
La casa de mi abuela. Siempre fue algo asì como una entidad separada. No era sòlo un espacio. Era un tiempo. Un estado de cosas. La dimensiòn de sus habitaciones, las personas, todo. Pero sobre todo, una casa de mujeres.
Vivièron alrededor de nueve mujeres que cuidaron a mi abuela en diferentes perìodos. Ademas de mi prima, o mi otra prima, que tambien vivieron con ellas porque no querian vivir con su madre. Yo iba todas, pero tadas las tardes. Y mi hermana hizo lo mismo mientras fue chica. Y no pudo elegir, claro. A las cinco se tomaba el tè. Como los Ingleses. El tè de las cinco.
Habìa gatos, varios, y a la noche lloraban como bebès, a mì me daba terror, pero mi abuela se levantaba, salìa en camisòn al patio y los espantaba. Los reputeaba.
Miràbamos la novela todas sentadas en el living, mi prima, mi mamà, Dora (la amiga de mi abuela), mi abuela propiamente y la cuidadora de turno. Mi infancia se cultivò, con : Celeste, màs tarde : Celeste siempre Celeste y despues: Perla Negra. Tambièn Antonella, pero que no nos gustò tanto.
Asì fue como aprendì a llorar. Y a susurrar, como andreita. Y hasta me masajeaba la papada como la mala. Ella era tan, tan blanca. Y ese pelo rubio, enrulado. Andrea era la cenicienta de verdad, la de carne y hueso. Hoy me parece una gordita boluda. Y encima yo me creì el cuentito de la nena linda y llorona que siempre consigue lo que quiere. La realidad es que soy una llorona. Un poco linda. Pero lo que quiero nunca lo tengo.

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