domingo, octubre 22, 2006

Resto

La medicina avanza, la ciencia se endeuda y la vida se convierte en el bien más preciable del ser humano que debe vivir “cada momento”, “día a día como si fuera el último”. En algún lado tienen que meter los antidepresivos y las cremas anti-age. Digo, que miremos el semáforo antes de cruzar la calle, que en los aeropuertos andemos con la cara –aunque a veces bronceada por el sol de las vacaciones- pálida y si nos atinan a pegar en los ojos nos cubrimos con los brazos, es lo mismo que les ocurre a los animales -que básicamente a diferencia de los humanos no se preguntan por el sentido de las cosas- cuando se echan a correr con la presencia de un cazador.

2 comentarios:

anais dijo...

Sabia reflexión...
Escuché hace unos días, de un empresario farmacéutico que esperaba diseñar productos que fueran vendibles a los sanos, pòrque él producía cosas para todos...
Qué triste...

Unknown dijo...

El problema de la (auto)marginalidad, ¿sabe? es que llegado el momento uno se da cuenta de su propia invisibilidad. Los otros, los insanos, dejan de vernos simplemente porque no vivimos en su frecuencia.
Ojo que las pastillas levantan el espíritu (je!) pero no pueden romper esa sensación de soledad, esa cosa rara, como un vacío, que les llena el pecho a todos esos pelotudos.
Disculpe la exaltación.
Cordialmente,
Yo.