miércoles, julio 27, 2005

La conjura del cuerpo

Vamos, vamos, ya somos grandes para andar jugando al “yo sufro”. Vos sufrís, él sufre, yo sufro y así con todos. ¿No te enseñaron los verbos en el colegio? ¿Y el pretérito? No, ése parece que nunca te salió. Porque pasado pisado, ¿sabés? Ah, ok, lo seguís practicando, si me dejás te ayudo… Yo amé, tu amaste, él amó. Ella también amó. Más, menos que vos, más o menos tiempo, ¿qué importa? ¿Duele? Ah sí, sé qué se siente cuando se te estruja el corazón. Bah, “el corazón”, un dolor en el pecho.
Si te quedás quieto piloteás el malestar, pero si te movés, empezás a llorar. Mirá, probá: empezá a llorar sin moverte más que por la congoja. Una vez que pares de llorar, cambiá de posición. ¡Ah! ¿Viste? Empezaste de nuevo, y así hasta que te llaman por teléfono. Primera hipótesis: el cuerpo necesita agotar toda la tristeza que está incrustada en los músculos, huesos y vísceras. Entonces, si te movés “se van abriendo zonas” que se relajan y te hacen expulsar eso que te dolía o no sé qué. Yo no siento, así que mucho no puedo decir. Pero no me parece estar equivocada, tengo pruebas. Segunda hipótesis: la tristeza es salada. Por los mocos y las lágrimas.
Si te levantás de mal humor y fea/o -estamos en contra de los/as que por ser “justos/as” escriben o/a así: @- es que tu cuerpo no desagotó todo. ¿Cuánto es todo? ¿Hay un todo?
Esa observación se corresponde con la tercera hipótesis acerca del cuerpo y la tristeza que dice que si estás fea/o es porque tenés una angustia guardada que no podés sacar. Te lo digo yo, que paso meses y meses enojada y triste y fea. ¿Cómo hago? No sé, es un bajón. Me baja la energía, me vence la gravedad, escribir me cuesta horrores, cuando me levanto pregunto: “¿otra vez?” Encima afuera, un sol radiante y a miles de kilómetros mi gran amiga en la selva jugando a Jane con Tarzán.
¿Qué me enoja? Que me ausenten. Entonces, chau, me voy, muchas opciones no tengo. Total, llego a casa, me tapo con la colcha y sin sueño me duermo justo antes de que cierre el video.
Me pongo lo peor y más abrigado -la única ecuación posible- que encuentro, camino a alquilar unas pelis, llevo el paraguas por si me mojo, junto las cejas, trabó los hombros y siento las cuerdas vocales calientes y tensas. A una amiga, reprimidita como yo, le pasa lo mismo en la garganta y me dijo que es llanto contenido. Las dos decidimos dejarlo, pobre. Si no sale, no sale. No hay que ir en contra de la naturaleza de cada uno, a ver si en una de esas estábamos equivocados.
Concluyendo, ¿qué es lo que hay? Un pasado que solo vale la pena si es recuperado, cuya tarea es imposible, no por falta de voluntad, sino por lógica temporal. Una madre que marca la hora en el fichero que al menos yo, no reviso. Un padre que se manda mil cagadas pero que así y todo es perdonado (¿por qué impune?). Eso sí, no tiene tacto: “Meter la ropa en el lavarropas es lo único que hacés y lo hacés mal, ja- ja- ja” y la (des)arregla con un: “Vos no tenés ni plata ni imaginación”, hojeando el suplemento Viajes de Clarín. Sigamos con el recuento. También tengo amigas que creen que la vida apesta y otras a las que el amor las vuelve susceptibles. Libros empezados, pocos discos pero que se bancan el ad infinitum “repeat all”. Materias que rendir y aprobar; notas que escribir. Un mal humor del orto. Y nadie con quien compartir un sábado a la tarde… Y aunque me pese, también tengo un cuerpo. ¡Y un blog que me exorciza! Esa es la buena nueva.