miércoles, febrero 28, 2007

Golden

El concepto de despedida de soltero me parece una verdadera bosta. Y el folklore de esos eventos mas todavía.
Me reuní a comer con mis tres amigas del colegio a las cuales veo más o menos cada dos meses o un poco más, y después de hacer el recorrido obligado por las decenas de anécdotas que minan nuestra ya ex adolescencia, llego el tema de las despedidas de soltero.
El recorrido fue más o menos este. Primero nos preguntamos cómo estamos, por trabajo, facultad, domicilio actual y parejas.
Después hablamos de embarazos, abortos e infidelidades ajenas.
Y de ahí paso directo a lo que comienza con un ¿se acuerdan cuando nos fuimos a Gesell y pagábamos el hotel como para dos personas y las otras dos entraban por la ventana? (risas entusiastas y asentimiento) ¿y se acuerdan que estuvimos los diez días drogadas, metidas en la casa de unos pendejos de Ramos Mejia?, ¿te acordas maga, cuando te paranoiqueaste tanto que casi te tiras de un auto en movimiento? (más risas)

A medida que las carcajadas van mermando, las anécdotas, tantas veces repetidas, se van agotando y se pasa al tema que hoy parece incumbirnos. Las despedidas de solteros.
Yo planteo mi disconformidad con participar de una. Apelo que me parece una gansada eso de tener que disfrazar a una pobre pelotuda para pasearla por placita Serrano casi en bolas, que detesto todo lo que se asemeje el cotillón de casamiento, que me niego rotundamente a arengar desde un auto en movimiento con un silbatito en la boca haciendo que me divierto, y que descarten mi presencia en el caso de que decidan asistir a uno de esos boliches, bien de grupito de maestras jardineras, que se llama Golden: un par de pobres tipos con la pija ya casi morada que cortan los bordes de los forros para contener la sangre en el miembro erecto (después de pajearse obvio), y así mantenerla parada durante todo el show, y encima con esos músculos sobrenaturales que tan poco se asemejan a la masculinidad. Simulando excitación, simulando placer.
Y ni hablar de las veteranas desenfrenadas, y las pendejas cúmulos de histeria desatada, todas gritando como si nunca en su vida hubiesen tenido un pito en la cara. Haciéndonos quedar como lo que somos, un género tan predecible como el masculino, pero encima insatisfecho.

Se enojaron, me dijeron que era una amarga, una anormal, una aguafiestas, que no sé divertirme, que la facultad está afectando mi capacidad de relación con el mundo exterior, una quiso decirme idiota, pero se mordió la lengua.
Así que me subieron en el auto de una ellas y me dejaron en mi casa, antes de arrancar me dijeron, andá andá, seguí estudiando que vas bien, nosotras nos vamos a tomar algo por ahí y cuando te descomprimas llama.

Me quedo más que claro. Amistad es sinónimo de fingir condescendencia.

domingo, febrero 18, 2007

¿El otoño ya llegó?

Diste incontadas vueltas a un árbol para desenredarte del amor de un otro y unas bolitas negras enmarcadas en unos ojos mongoles se incrustaron en el pecho como dos balas agujas de la poli. Pum, pum, pum. El golpe fue tan seco y directo que te metió al mar. De una. Barrenaste una ola y cruzaste el Atlántico hasta donde el aire se cocina bajo cero y el agua se endurece.
Te despertaste y abajo tuyo un charco de sangre verde: desangraste el tranquililzante intravenoso.
Pero seguías sintiéndote pura.
calma,
alma,
ama.
Formulo máximas.

- A la vida hay que ganarle tiempo. Conozco dos maneras de hacerlo: leer y amar.
- El descuido genera el miedo de sentirse usada y maltratada.
- Si uno camina solo por La Boca a las tres de la mañana lo único que le tiene que dar miedo es su propia locura.
- El desfasaje amoroso ocurre cuando a uno le hace mal no ver al otro y al otro le hace mal verlo.

En la semana del deseo

- Esperar. Esperar una ola de amor que me conmueva. Eso me vuelve cobarde. La ausencia de placer. El deseo de amor. El deseo de amar.




sábado, febrero 10, 2007

Así, no.

Estuve en carpa unos cuantos días en una provincia mesopotámica.
El calor era realmente insoportable, cuando soplaba un poquito de viento era como si abrieran un microondas encendido y un par de veces me desperté casi ahogada, sentía el techo en la cara y como si estuviera a cocción. Tuvimos que comprarnos unas camas inflables de esas para la pileta y usarlas de colchón por que ya teníamos la columna partida. A mi me toco una amarilla. Las compramos a quince pesos cada una y como no quisieron hacernos oferta robamos unas pulseras con la bandera de jamaica. No nos gustan, pero las guardamos.
El camping era tan chiquito como poblado. La gente solo escuchaba Maná o La Renga, y lo hacia a volúmenes altísimos desde las 9 de la mañana, tenían camiones, autos casi chatarreros y tomaban cocaína sobre las mesas de material que están juntos a las parrillas, estaban tatuados hasta la medula y no había quien tuviera menos de cuatro hijos.
Sensación térmica cuarenta y cinco grados casi todos los días así que la carpa solo se usaba para dormir y algún tipo de etcétera. Pero no mucho más.
Primer día, llega la hora del baño: Puerta vallada por un cartel que decía escrito a mano, “estamos lavando, disculpe las molestias” al lado una fila de mujeres que empezaba en una gorda con tres nenas y terminaba en yo, que mas que una campamentista parecía una promotora de Sedal, debatiéndome entre una crema para rizos obedientes y otra para ondas irresistibles.
Éramos más o menos diez mujeres en total y parece que todas esperaban hace más de una hora. Calladitas y sin chistar. Ni siquiera se podía pasar a hacer pis.
Parece que la limpieza se efectuaba a cualquier hora y sin aviso, de modo que el baño se clausuraba hasta que la tarea concluyera.
No se si es un rasgo provinciano o qué pero, repito, nadie se quejaba, a nadie parecía fastidiarle semejante arbitrariedad.
Me enfurecí.
En pocos minutos me convertí en la activista del camping, monte una sublevación que encabezaba yo misma y arengaba yo sola. Era la única partidaria e integrante de la protesta. Pero lo hice con valentía y cualidad. Indignadísima pedí justicia por las madres que estaban con sus niños y argumente que lo peor de todo no era que tuviéramos que esperar hora y media para bañarnos sino que ni siquiera pudiéramos pasar a hacer pis. Que era inhumano, y esta palabra la pronuncié con modulación perfecta, in-hu-ma-no, y lo separo así porque parece que ahora lo que queremos grabar en la retina ajena se escribe así.
Les dije que estaba realmente mal organizado y que tendrían que haber previsto esta situación, propuse que sectorizaran las zonas de modo que siempre quedaran por lo menos cuatro retretes libres.
La señora de la limpieza me miraba seria, callada, con una calma siestera que, la verdad, un poco me intimidaba. Me parecía poder ver detrás de esa mansedumbre un poco de odio pupilar (que es ese odio que nace atrás de la cornea), y las matronas de las carpas, que formaban la fila y estaban revestidas en críos, lo hacían también reservadas con la mirada cansada, bronceada, con el parpado a mitad de ojo, los hombros rebajados hasta los codos y las criaturas por los tobillos, la panza brotándoles al aire; no sé si estaban resignadas, no sé si en el fondo me agradecían desde el silencio de la víctima este impulso combativo que me nacía desde las entrañas o en definitiva a ellas no les importaba esperar y en realidad juzgaban que yo era una porteñita quilombera, pero no me importo, yo ya había levantado el estandarte de la lucha contra la desorganización y de esta batalla no me bajaba ni vencida.
Después de veinte minutos de ardua discusión con dueños y empleados me dieron la razón, y aceptaron las modificaciones. Me sentí gloriosa, no hay nada que disfrute más en esta vida que se me reconozca cuando tengo razón.
Volví a la carpa limpia y fortalecida. Vigorizada por haber defendido la causa con tanta altura, con tanta higiene, me sentía una revolucionaria, estaba defendiendo una causa que afectaba a mis hermanas. Aunque a ellas no les importaba. Y además tenía los rizos hidratados.
En la carpa recibí mis merecidas felicitaciones y hasta un mini aplauso. Parecía un aplauso sincero, así que lo tome con gusto. Me reconocí triunfadora.
Esto de la lucha contra la falta de respeto me sienta más que bien. Me hace grandiosa y sofisticada. Me vuelve extranjera en mi propio país.

miércoles, febrero 07, 2007

Me parece que esto de los blogs

apesta